domingo, 3 de enero de 2010

Presa en su propia casa


Aminetu Haidar le gusta madrugar. Cada día se levanta sobre las seis y media y da un pequeño paseo de diez minutos dentro de la casa. Después de que sus hijos Hayat (15 años) y Mohamed (13) se hayan ido al colegio, ella se sienta para tomarse una manzanilla. Luego, se pone a leer los periódicos marroquíes y la prensa internacional por Internet, revisar su correo electrónico y ver los informativos en televisión. De momento, pasa la mayor parte del tiempo recostada en la cama y come poco, muy poco, pero su médico dice que es normal, que su maltrecho organismo aún tardará un mes más en recuperarse del todo. Después del almuerzo, casi siempre algo de sopa de verduras o puré, y en los últimos días una mínima cantidad de carne o pescado, da un segundo paseo de diez minutos y antes de acostarse, otro más.

Ésta es toda la actividad cotidiana que se puede permitir la activista Aminetu Haidar quince días después de haber puesto fin a la huelga de hambre que protagonizó en el aeropuerto de Lanzarote durante 32 largos días en protesta por su expulsión ilegal de El Aaiún. Tras intensas negociaciones en las que participaron Estados Unidos, Francia, España y Marruecos, la activista fue finalmente devuelta a casa, adonde llegó el pasado 17 de diciembre por la noche.

Mantener el equilibrio aún le cuesta. Tras un ayuno tan prolongado, todavía se marea si permanece mucho tiempo de pie. Una prima pasa el día con ella, sobre todo después de que su madre, Darya Mohamed Fadel, de 57 años, haya decidido irse a otra casa para superar el ligero resfriado que padece. Temen que se lo pueda contagiar a una débil Aminetu. También la visitan un enfermero saharaui de su plena confianza y sus hermanos Ahamed, Asma, Laila y Fatimetu. El resto de parientes y amigos denuncia que la policía no les permite acercarse por allí y la mayoría ya ni siquiera se atreve a intentarlo.

Además de los mareos y ligeros desvanecimientos, sufre problemas estomacales. Siempre fue de tensión baja, pero ahora la tiene por los suelos. Esto también es normal y se irá recuperando a medida que vuelva a una dieta convencional. Y está en el camino. Durante las primeras 48 horas, tras regresar a El Aaiún, comenzó tomando un suero con glucosa y sales minerales y varias cucharaditas de compota de frutas al día para que su cuerpo no rechazara la alimentación. Luego, poco a poco, a medida que lo iba tolerando, aparecieron el puré y la sopa y, en los últimos días, pasta, pescado y hasta un poco de carne. Totalmente prohibidos los lácteos y las grasas.

El principal peligro de volver a comer después de tanto tiempo sin hacerlo es que se produzca una hipersecreción de ácidos en el estómago. Para evitarlo, desde el principio está tomando un medicamento que inhibe estos ácidos y otro para favorecer el proceso digestivo. El médico lanzaroteño Domingo de Guzmán Pérez, quien la acompañó en el vuelo hasta El Aaiún y permaneció junto a Haidar el primer fin de semana, habla con ella por teléfono varias veces al día si es necesario. "Su intestino estaba en unas condiciones muy especiales y había que ser muy prudente para no provocar una reacción imprevisible, sobre todo en una paciente con una úlcera péptica y hemorragia digestiva. Aún es pronto, no sabemos si le quedará alguna huella, pero se está recuperando bien", asegura el doctor. El peso tampoco volverá a la normalidad hasta que pasen varios meses.

Su casa se encuentra en el barrio de Zemla, la antigua Casas de Piedra. De momento, sólo en una ocasión se ha atrevido a salir de ella. Ocurrió esta misma semana. Su prima la llevó en coche hasta un baño turco que está a unos 300 metros de la vivienda, donde permaneció durante dos horas. Sin embargo, varios policías hostigaron a su acompañante mientras la esperaba en el vehículo y le ordenaron que avisara cada vez que Aminetu fuera a salir si no quería tener problemas. Ahora están nerviosas. No saben cuándo las van a dejar en paz.

Y es que en el exterior, decenas de agentes controlan todos los movimientos. Las tres calles que llegan hasta allí están bloqueadas por las Fuerzas Auxiliares y la Policía, pero sobre todo están atestadas de confidentes y agentes de paisano que sólo permiten el paso a su calle a los vecinos y familiares muy cercanos a Haidar. El resto, no están autorizados. Según cuenta Hamed Hmad, otro activista de Derechos Humanos, "hay comercios próximos a la casa que han tenido que cerrar sus puertas porque estos días no hay ninguna persona que vaya hasta allí para comprar nada. Nadie protesta, ¿a quién van a ir a quejarse?", se pregunta.

Sus compañeros de las asociaciones saharauis, sus amigos, los cientos de compatriotas que quieren ir a verla para mostrarle su apoyo y respeto, nadie puede pasar. Bachir Azman, compañero y también desaparecido durante años en las cárceles marroquíes como Haidar, asegura que la activista "está como presa en su propia casa".

Eso sí, mantiene su fortaleza mental. Quienes la rodean estos días aseguran que el apoyo recibido por parte de la sociedad civil española y de las instituciones internacionales durante el mes que pasó en el aeropuerto de Lanzarote no han hecho sino darle fuerzas. "Gracias a eso pudo soportar tanto sufrimiento", aseguran. Hace pocos días escribió en su ordenador una carta de agradecimiento a todos ellos. "Vosotros, que me alojasteis en mi refugio y me acogisteis en mi adversidad, me habéis dado las razones para la firmeza, fortalecisteis en mí la esperanza de la constancia y en ningún momento sentí que sufría sola", les dijo Haidar.

Una de sus mejores amigas, Ghalia El Djimi, también defensora de los Derechos Humanos, se desplazó esta semana hasta Rabat para interesarse por el estado de salud de Dagja Lachgar, encarcelada en la prisión de Salé y de quien sus familiares cuentan que está perdiendo la razón a causa del aislamiento al que se ve sometida en prisión. La propia Haidar ha expresado su preocupación por Lachgar. Sabe que ella y sus seis compañeros de infortunio, que se enfrentan a toda la dureza de un tribunal militar, son quienes merecen ahora toda la atención y todos los esfuerzos por intentar atraer de nuevo el interés del mundo. "Para que 2010 sea el año de la justicia internacional", dice Aminetu, ya convertida en un símbolo, mientras se recupera lentamente en su casa del humilde barrio saharaui de Zemla, rodeada de policías, de los estragos causados en su cuerpo por aquellos 32 días que pasó sin comer en el aeropuerto de Lanzarote.

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